Es como una mordaza que no sólo te impide hablar, gritar o soltar el más mínimo gemido. Es como si tuvieras la boca cosida, las cuerdas vocales cristalizadas y la voluntad quebrada.
De nuevo, ves la rueda girando y tú no puedes sumarte a su movimiento. Las puertas que te permiten alcanzarla están selladas herméticamente con recubrimientos y bisagras de titanio.
"Escapa tú sola, déjame seguir mintiendo", ¿a quién le importa que sea así? No es nada nuevo y las lágrimas ya empiezan a saturar la almohada. Gracias a ella, de verdad evitas gritar.
El día que despliegues las alas será demasiado tarde, o quizá demasiado pronto, pero nunca a tiempo. No hables a medias, no temas las cosas que ya te han sucedido. Si hay algo que sabes es que sabes quedarte atrás, ocultar tu triste cara y que cualquiera que pase lo suficientemente rápido sea incapaz de apreciarlo. Así lo has hecho y así lo seguirás haciendo. Funciona porque la vida es así y las cuatro personas que se han parado y te han visto llorar de repente tienen prisa de nuevo y todo vuelve a su cauce. No reces por que lo hagan una segunda vez. Es, como dicen, agua pasada. Y tú piensas: agua emponzoñada.
Otra vez, hablándole al espejo
viernes, 11 de diciembre de 2009
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