La historia de aquél día comenzó con un retraso. Salí de casa casi media hora después de lo previsto. Todo empezaba a apuntar a que sería una mala noche. Aún así, llegué sólo diez minutos tarde, pero ellos no estaban allí. Entré al local a la hora adecuada y seguían sin venir. Y todo parecía afinar su puntería. Esperé durante una media hora más hasta que aparecieron, justo para coger mesa y relajarnos un poco antes de que comenzara el concierto.
Jamás un hombre había conseguido que me sintiera de esa manera. El vello de mis brazos se erizó en incontables ocasiones y yo no podía parar de sonreír. Canción tras canción, pero ella no aparecía. Ya se despiden, se presenta la banda, hacen un bis... pero todos queríamos más. Y justo cuando había perdido la esperanza, llegó. Todo el mundo en pie para recibirla. Yo no daba crédito. Estaba eufórico. No soñaba nunca con ella, pero sí una vez con un concierto como aquél. Al final el concierto en sí me llevó a ella. Hagan su deducción.
Al salir, Madrid estaba inundada y yo sin saber por qué. Dos veces pasé por su calle de camino al coche. En la segunda por delante de su portal. Entonces empecé a recordar y a pensar sobre las vueltas que da la vida. No sé cuantas porque van demasiadas como para haberlas contado. Yo diría que a camino entre cincuenta y cien. Había una luz en el segundo piso y se veían algunos globos pegados a las ventanas y las paredes. Más sugerencias... pero un bocinazo dirigido a mí me desvió de mis pensamientos.
Al fin llegué al coche y comencé la vuelta a casa. Puse mi nuevo disco y me relajé. Los cristales no cejaban en su empeño de empañarse, haciendo sombra a lo que podría haber sido. Al llegar a casa, ella estaba allí otra vez. Finalmente todo ya no parecía apuntar a donde apuntaba, sino solamente a ella.
Son sólo tonterías para no dormir.
viernes, 9 de octubre de 2009
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