El camino hacia la casa estaba repleto de carreteras secundarias y otras de esas en las que a cada metro encuentras un bache. Era la hora de la siesta, así que no nos cruzamos prácticamente con ningún vehículo. Con música relajante, tú con el asiento alejado del salpicadero y el respaldo ligeramente reclinado, yo con la mirada intermitente entre la carretera y tus piernas. Las sonrisas brotaban cada medio kilómetro. Las risas a cada dos. Sabíamos lo que nos quedaba por delante y eso nos relajaba más que nada. El cielo comenzaba a perder claridad y llegamos cuando apenas quedaba una hora para el ocaso. Recogí las bolsas de viaje y las metí en la casa. La calefacción llevaba ya un par de horas encendida, pero aún así encendí la chimenea mientras tú te relajabas en el sofá, merecidamente tras tu mañana. En cuanto todo estuvo listo, nos fuimos al coche, para ver rápidamente uno o dos parajes que rebosaban de magia con aquella iluminación. Volvimos justo a tiempo para contemplar la postura del Sol en silencio, agarrando fuertemente cada uno la mano del otro y capturando el momento por siempre en nuestras memorias. En aquel momento no hacía falta nada más, sólo bastaba la compañía.
Cuando los últimos rayos de sol se escondieron tras el horizonte, nos metimos en la casa, saliendo únicamente para contemplar las estrellas bajo un cielo despejado, en una noche perfecta.
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3 comentarios:
No lo dudes
=) Me alegro mucho.
esperando nuevas entregas de tus pensamientos e ideas.....
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