martes, 29 de julio de 2008

la llama más profunda (II)

Genial, ahora resultaba que podía salir de sí mismo. ¿O acaso no era eso lo que había ocurrido?
La grieta se hizo cada vez más grande mientras producía un grave y potente sonido que alertó a los guardias. Cuando la grieta se hizo lo suficientemente amplia pudo vislumbrar a través un rostro que solamente había visto reflejado en la superficie de los lagos, y en trozos de metal pulido: el suyo propio. Su otro yo le dedicó una mirada grave y, con decisión, se abalanzó sobre él y desapareció. Parecía haberse fundido con él.
No podía explicarse lo sucedido, simplemente dio gracias por tener aquella oportunidad y sacó la cabeza por la agrandada grieta. Pudo ver un amplio y corto pasillo que se extendía a ambos lados, con antorchas en las paredes que proporcionaban una iluminación escasa pero suficiente, y debajo de sí un par de guardias inconscientes, o tal vez muertos. Los gritos de los guardias alertados se oían cada vez más cercanos: no debía perder ni un solo segundo.
Corrió en el sentido contrario a los gritos de los guardias y un par de flechas pasaron rozándolo al girar la esquina. Ésta daba a una amplia galería con una altura de unos cinco metros soportada por columnas. Empezó a correr entre ellas vigilando frecuentemente sus espaldas hasta que vio cuatro guardias más que venían por el extremo opuesto. Rápidamente corrió hacia ellos. Con un poco de suerte lograría esquivarlos. Sabía que tenían órdenes de capturarlo y en el caso de herirlo, que no fuera de muerte. Era demasiado obvio por las flechas que le lanzaban: de punta no excesivamente afilada y manchadas en un líquido azulado, ya muy vistas. Aprovechó su capacidad de salto para utilizar una columna rodeándola y lanzándose hacia la retaguardia de los espadachines. Era la única opción, ya que su posición de guardia no tenía ni un solo punto débil. Estaba claro que aquel que quería mantenerlo recluido no era un cualquiera y sabía lo que hacía. Golpeó la cabeza de uno con una patada y se agachó rápidamente para esquivar una estocada del que se encontraba a su derecha. Agarró la muñeca de éste y con el otro brazo empujó hacia arriba, pero no obtuvo el efecto esperado. Parecía que éstos no eran guerreros comunes: con la mano libre que le quedaba a su contrincante le golpeó la cabeza aturdiéndolo momentáneamente, lo suficiente como para conseguir rodearlo entre los cuatro. Lo cogieron y lo levantaron. En ese momento vio su única opción a través de la puerta por la que habían entrado los guardias: se veía un amplio ventanal de arco ojival. Debía recurrir al único recurso del que disponía, antes de que los otros guardias alcanzaran a este grupo...
Con un solo pensamiento hizo aparecer en su espalda uno de los motivos por los que lo perseguían: unas enormes, robustas y hermosas alas blancas que tiraron al suelo a tres de los soldados y solamente tuvo que arremeter contra el cuarto aprovechando la sorpresa. Rápidamente corrió hacia la puerta que ahora se encontraba despejada y oyendo los gritos de los hombres detrás de sí cogió carrerilla y saltó por el ventanal, que se hallaba abierto y desplegó por completo sus alas, y sintió por primera vez en mucho tiempo la dulce brisa de la noche de verano. Pudo averiguar por fin qué tipo de lugar era el que había sido su prisión: una enorme y ancha torre gris, cuya cúspide era una bóveda esférica con una pequeña estancia sobre ella. No mucho más abajo estaba la zona de la que él había salido. Se lanzó en picado al ver que los arqueros habían alcanzado el ventanal e intentaban derribarlo (desde esa altura, si perdía el conocimiento, moriría, así que también pudo deducir que lo preferían muerto antes que libre).
Miró la luna creciente y sonrió por primera vez: hacia el horizonte que se hallaba en la misma dirección se encontraba la mujer (aún joven, pero mujer al fin y al cabo) que avivaba un calor dentro de sí.

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