Una noche de verano de esas en las que dejas la ventana abierta para aliviar un poco el sofoco estaba yo durmiendo profundamente cuando un dulce y familiar aroma me hizo recuperar la consciencia. En un principio quise liberarme de él y volverme a dormir, pero me fue imposible. Aquella fragancia me mantenía en vela. Entonces decidí saltar al suelo desde mi ventana y caminar siguiendo su rastro. Según iba avanzando, la intensidad del aroma aumentaba. Mi pulso se aceleraba, mi cuerpo entero comenzaba a excitarse y, por lo tanto también mi respiración.
Me asomé a tu ventana y ahí estabas, durmiendo plácidamente, con las sábanas acompañando a las formas sinuosas de tu cuerpo, con el cabello suelto y el cuello descubierto. ¡De ahí provenía aquella delicia para el único sentido que parecía vital en aquel instante! Observé durante unos minutos el ritmo acompasado de tu respiración, los movimientos suaves que hacías y lo preciosa que siempre habías sido y estado, pero que parecía elevarse a lo divino en aquellas circunstancias.
Deseé que fueras mía, que yo fuera tuyo, que nos fugáramos de aquel lugar y dejáramos todo atrás para estar juntos. Deseé que en la vida los deseos alimentaran a la realidad dándole su propia forma. Olvidé todo lo que me rodeaba y me deleité con el momento, aprovechándolo antes de que pasara, y que tuviera que volver irremediablemente a la realidad.
El susto que me llevé al ver que abrías los ojos fue mayúsculo. Resbalé del alféizar de tu ventana y me di de espaldas contra el suelo. Te asomaste y te quedaste mirándome durante unos segundos, a la par que una sonrisa a la vez pícara y a la vez burlona aparecía en tu expresión. Entonces yo me levanté, me alcé por encima del marco y entré en tu habitación. En aquel momento volví a apreciar tu esencia y no volví a recuperar la cordura hasta la mañana siguiente, cuando desperté a tu lado.
Ahora busco que me busques y espero que me esperes, y que no se repita nada más que aquella noche y cada día sea algo nuevo, como siempre debería haber sido.
jueves, 26 de noviembre de 2009
domingo, 22 de noviembre de 2009
lo que sea
Ni esto ni lo otro. Los llamados cuentos de hadas tienen su aproximación terrenal, lo has visto, lo has oído. Has creído estar en uno de ellos. Pero al final el cristal siempre se rompe. Pequeñas esperanzas que mantenían una mayor que las aglutinara y diera forma a lo que querías quedan diezmadas y sólo dejan el resto una esponja muy real y endeble que representa lo que antes era un espectro con cuerpo en proceso de materialización.
Es como si las nubes se arremolinaran sobre tu cabeza para descargarse o los semáforos se pusieran en rojo cada vez que llegas tú. Como saltar un campo de vallas en plena noche tormentosa y topar con la punta del pie en cada una de ellas para dar de bruces contra el barro. Igual que soñar, darte cuenta de dónde estás, intentar volar y no conseguir levantar dos palmos del suelo. Idéntico a estar escribiendo lo mejor que se te ha ocurrido en meses y quedarte sin inspiración llegado casi el punto final.
Son tantos los pétalos que cayendo en la noche rodean mi cuerpo sin ni siquiera rozarlo que cuando uno lo hace, un escalofrío lleno de placer lo recorre y antes de que me de cuenta el pétalo está en el suelo y otra vez ninguno se atreve a acercarse.
Es como si las nubes se arremolinaran sobre tu cabeza para descargarse o los semáforos se pusieran en rojo cada vez que llegas tú. Como saltar un campo de vallas en plena noche tormentosa y topar con la punta del pie en cada una de ellas para dar de bruces contra el barro. Igual que soñar, darte cuenta de dónde estás, intentar volar y no conseguir levantar dos palmos del suelo. Idéntico a estar escribiendo lo mejor que se te ha ocurrido en meses y quedarte sin inspiración llegado casi el punto final.
Son tantos los pétalos que cayendo en la noche rodean mi cuerpo sin ni siquiera rozarlo que cuando uno lo hace, un escalofrío lleno de placer lo recorre y antes de que me de cuenta el pétalo está en el suelo y otra vez ninguno se atreve a acercarse.
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desesperación,
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